Busca esa cosa

martes, 13 de abril de 2021

ANAAL NATHRAKH - Endarkenment (2020)


Censurada porque Donald Trump reclama derechos de imagen

Esto que os habla hoy es una masa viscosa desparramada por el suelo, la pulpa carnosa de algo que hace 41 minutos era un ser humano (más o menos). Así me han dejado los cabrones de ANAAL NATHRAKH después de pinchar repetidas veces y a toda castaña su última obra, Endarkenment. Si no he escuchado este disco quince veces en los últimos días no lo he escuchado ninguna. Supongo que nos ha pasado a tod@s: el típico grupo que ha estado pululando por los alrededores musicales desde hace años pero que, por alguna razón desconocida (el azar, el destino, el cosmos, me daban miedo) nunca acabé de hincarles el diente. Hasta el otro día. Así pues, sin referencias ni comparaciones con nada suyo anterior, Endarkenment es mi primer y único contacto hasta la fecha con ANAAL NATHRAKH. Un contacto tan apabullante como mortal de necesidad. 

Dave Hunt (V.I.T.R.I.O.L.) a las voces y letras y Mick Kenney (Irrumator) a todo lo demás.
Parecen majetes, pero no

Oriundos de Birmingham, vecinos de los dioses del grindcore NAPALM DEATH, sólo por esto uno ya se pone el chaleco antibalas antes de encarar la cosa. Viejos conocidos ambos de la escena extrema inglesa, esa que bascula entre el death clasicote, el grind y el doom elefantiásico, Dave Hunt y Mick Kenney han logrado gestar un engendro que bebe de varias fuentes pero que, oh milagro, derrocha una personalidad arrolladora, literalmente, pues uno es arrollado y arrojado contra el suelo por la deslumbrante clase y energía de estos tipos. Hay black metal furioso de tintes industriales, hay grindcore rabioso, hay destellos de death metal y hay gotas de electrónica sucia. Hay una batería programada con esmero que podría tocar un ser humano con seis brazos y hay una voz sobrenatural siempre al límite del desgarro que es pura catarsis existencial. Por diox, qué voz. Hay mucha inteligencia en el discurso social, hay sarcasmo, hay referencias a George Orwell, a Nietzsche, al famoso hechizo de Merlín en EXCALIBUR (Anaal Nathrakh = Aliento de Serpiente) y hasta a los Monty Python. Hay ganas de ponerle banda sonora al Apocalipsis, a la decadencia de la civilización occidental, a la falta de humanidad y empatía. Hay ganas de gritar, de morir, de resucitar y de abrazar antes de disolverse en ácido. Hay mucha agresividad y oscuridad, pero también hay destellos de luz cegadora aquí dentro.

Merlín se acojona por lo que ha invocado

Esta vez no tiene mucho sentido desgranar canciones una por una, porque todo el disco es un magma abrasivo y jodidamente infeccioso, sólo aparentemente unidireccional. Requiere de atención al detalle a la vez que resulta pegadizo e hipnótico, a su manera. En este engendro todo va a toda castaña, todo el tiempo. No hay lugar para el relajamiento. Imaginaos una fornicación a muerte entre los poco reivindicados ABORYM (por su lado más industrial blacker), CATTLE DECAPITATION (por su lado más grind death) y unos NAPALM DEATH en estado de gracia. Y unas gotas purulentas de KING DIAMOND, je. Pinchaos la primera y homónima Endarkenment, y si no sangráis de puro gozo lo podéis dejar ahí. Para deleite de vecinos y convivientes, en medio del caos oligofrénico de The Age of Starlight Ends uno se descubre vociferando a todo pulmón "¡A thousand cocks / Begin to crow / And yet we still deny!". El desaforamiento melódico brutote llega con Feeding The Death Machine, donde las sonoridades nos atacan con un riffeo death (¿eso era un solo de guitarra?), como unos AT THE GATES embrutecidos con las ya, a estas alturas del disco, míticas explosiones de emotividad barítono-descontroladas de mr. Hunt. Quizás junto con la siguiente bomba, Create Art, Though the World May Perish los momentos más "accesibles" del redondo, si es que se le puede otorgar tal adjetivo a semejante genocidio auditivo. Como Beyond Words, una salvaje ventisca de guitarras lacerantes donde mr. Hunt no llega a articular una sola palabra que merezca ese título, pero sí muchos sonidos guturales cacofónicos y disonantes (es la única canción sin la letra en el libreto, pura coherencia). Y con Requiem, la última, nos regalan un final elegante y pausado, quizás el único momento de relativa calma, un apagarse paulatino que nos sumerge de cabeza en la nada.


Cuando uno ya tiene el culo pelado como un mandril de escuchar metal extremo es un acontecimiento que algo te haga arquear las cejas, abrir los ojos como platos e incluso esbozar una sonrisa. ANAAL NATHRAKH lo han logrado con creces, así que desde ya me pertrecho con mi armadura de kevlar y me lanzo a explorar toda su discografía, que tengo la friolera de 10 discos más en los que perderme y la intuición me dice que habrá más de una sorpresa. Seguiremos informando. Mientras tanto, recompongo las pocas neuronas vivas y realizo una genuflexión ante estos dos mastuerzos: a sus pies señores. Qué barbaridad de disco.


CABEZAS




- Lo mejor: su apabullante personalidad y coherencia en sonido y discurso

- Lo peor: la fórmula es tan perfecta que sólo puede ir a peor


viernes, 2 de abril de 2021

CANDLEMASS - Epicus Doomicus Metallicus (1986)

Epic Doom Metal en latín inventado

Ya lo dicen los biólogos y los X-Men: la evolución es lenta por definición, pero en ocasiones da un salto cualitativo en un corto espacio de tiempo. Efectivamente: hay años para olvidar y otros que son para enmarcar, también en la música. Atentos a 1986. Además del mamotreto aquí presentado, el acongojante debut de los CANDLEMASS, en 1986 se publicaron, entre muchos otros, Raining Blood de SLAYER, que casi acaba con el thrash metal por pura concentración y Master of Puppets de METALLICA, posiblemente su mejor disco, que ya es decir. To Mega Therion de CELTIC FROST y el fundacional Seven Churches de POSSESSED se acababan de lanzar a finales de 1985 y BATHORY estuvieron a punto de editar Under The Sign Of The Black Mark, que finalmente se retrasó hasta principios de 1987, lo mismo que ocurrió con DEATH y su opera prima Scream Bloody Gore. En resumen, en poco más de un maldito año y medio se asentaron las bases del thrash metal y de todo el metal extremo en sus tres principales pilares (black, death, doom). Ahí es nada amig@s. Por supuesto, hablar de CANDLEMASS es hablar del género maldito por antonomasia: el doom. Malditos seáis.

Sólo me quiero morir

En música (y en nada) es imposible decir quién ha sido el primero en algo, el metal siempre ha evolucionado mediante aleaciones de estilos y géneros: mezclas, hibridación, intercambio de fluidos, mucha infidelidad. No diré que CANDLEMASS fueron los inventores del doom metal, pero sí los que lograron darle su forma más perdurable, que a su vez ha influenciado a cientos de bandas hasta hoy mismo. Por supuesto todos, absolutamente todos beben de la eterna fuente de BLACK SABBATH (el grupo más grande la historia del rock), e incluso los bribones de SAINT VITUS, TROUBLE o PENTAGRAM habían publicado sus discos de debut (entre 1984 y 1985), con una sonoridad que ya se acercaba mucho a lo que hoy entendemos por doom. Pero Epicus Doomicus Metallicus tiene ese algo especial. Ese hedor de lo primitivo y lo fundacional. Ese olor a clásico.

1986: Mats "Mappe" Björkman, Leif Edling y Mats Ekström, perros callejeros

Seis temas y 43 minutos de música son más que suficientes para hacer historia. Solitude, el tema de apertura, es un clásico atemporal, una de esas canciones que construyen géneros. Un arpergio tétrico nos conduce por un lamento existencial liderado por la teatral y absurdamente expresiva voz de una de las piezas maestras del album: Johan Langqvist. Pronto entran los ritmos arrastrados que manosean el tritono, esa disonancia musical prohibida en la Edad Media que con el tiempo se ha convertido en una de las señas de identidad del género maldito. Cierran el tema circular con una vuelta a las acústicas iniciales con ese arpegio funerario que desaparece en la nada. Aquí sólo hay desesperanza. Esto es doom. Demons Gate ya arranca con músculo, de construcción lenta, arrastrada y apesadumbrada con puntuales muestras de nervio por parte de la batería de Mappe y un desgañitamiento general de Langqvist, que alterna sus tonos más graves y mortuorios con esas escalofriantes subidas por la escala vocal a modo de gritos desesperados, mientras fluye un tema de gran poderío instrumental. La parte central se vuelve obsesiva, densa, machacante (ojo al bajo del amo y señor del grupo, mr. Leif Edling) mientras las guitarras solistas lloran con angustia. Cristal Ball se anuncia con un estridente riff inicial, y enseguida nos damos cuenta que estamos ante otro monumento. Mientras Langqvist sigue con sus alardes vocales, la canción se desarrolla contundente hasta ese cambio hacia la mitad con un ritmo machacón rompe-vértebras y ese arranque a doble bombo que anuncia lo que estaba por llegar en el metal extremo más gustoso de bajar las revoluciones y caminar entre tumbas bajo la lluvia. Black Stone Wielder funciona para asentar lo expuesto en las tres primeras, excepcionales canciones, aquí sí, con una evidente influencia de los maestros BLACK SABBATH. Donde los ingleses lo dejaron, creando a la vez que revolucionando una forma de entender el rock, los suecos lo expanden hasta el infinito en su forma más épica, oscura y, siempre, metalera. Black Stone Wielder  funciona como bisagra entre tres primeros temas excepcionales y los dos restantes, que también lo son. 

Edling, culpable de casi todo


Under The Oak nos invita al headbanging con uno de esos riffs para la historia, perfecto en su sencillez. Mediado el tema llega el soliloquio desesperado, llevado al paroxismo por ese grito de angustia "I cried for the ones I have lost!", que alcanza en su recorrido funerario unos niveles de intensidad difíciles de igualar. A Sorcerer´s Pledge es el broche de oro del disco, y qué broche. Construida en tres tramos, la triste historia de este hechicero anciano arranca con un desolador tramo acústico, de estribillo y ambiente tremendamente emotivo. La canción se cercena con un hachazo en forma de riff matador que, por unos segundos, parece que nos va a llevar al thrash, pero en seguida recula y muestra sus verdaderas intenciones: no hace falta ser rápido para ser intenso, no es necesario ser lento para ser doom. Incluso se atreven a rozar las guturales para reforzar algunas palabras en el intenso estribillo. El tema se vuelve aplastante, asfixiante, jodidamente épico a la vez que melancólico, sensación que no hace más que subrayar un tramo final sencillamente asombroso: de improviso la maquinaria de guerra se detiene, entran los teclados, reconfiguran la melodía principal y nos regalan un momento mágico junto con una base rítmica que más que avanzar se arrastra por en barro. Y entonces, en un tímido rayo de luz, una angelical voz femenina nos eleva brevemente entre estos nubarrones oscuros y... fin. 


Este disco es único, entre otras cosas, porque fue el único que tuvo a ese prodigio de las cuerdas vocales, Johan Langqvist, pero una extraña carambola el destino ha querido que el viejo cantante haya retornado a sus filas hace un par de años, aunque de momento sin proyecto de nuevo disco de estudio a la vista. Siempre comandados por Leif Edling, CANDLEMASS siguen en activo 35 años después. No discuto que la posterior trilogía con Messiah Marcolin a las voces sean sus obras más redondas, mejor producidas, más elegantes y musicalmente mucho más sofisticadas, pero no tienen la vibración y el sentimiento único de Epicus Doomicus Metallicus, como decía arriba, el sabor de lo fundacional. 

De vuelta con Johan Langqvist (en el centro), ayer por la tarde


CABEZAS





- Lo mejor: indiscutible piedra angular del género

- Lo peor: nada que añadir señor juez