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viernes, 2 de abril de 2021

CANDLEMASS - Epicus Doomicus Metallicus (1986)

Epic Doom Metal en latín inventado

Ya lo dicen los biólogos y los X-Men: la evolución es lenta por definición, pero en ocasiones da un salto cualitativo en un corto espacio de tiempo. Efectivamente: hay años para olvidar y otros que son para enmarcar, también en la música. Atentos a 1986. Además del mamotreto aquí presentado, el acongojante debut de los CANDLEMASS, en 1986 se publicaron, entre muchos otros, Raining Blood de SLAYER, que casi acaba con el thrash metal por pura concentración y Master of Puppets de METALLICA, posiblemente su mejor disco, que ya es decir. To Mega Therion de CELTIC FROST y el fundacional Seven Churches de POSSESSED se acababan de lanzar a finales de 1985 y BATHORY estuvieron a punto de editar Under The Sign Of The Black Mark, que finalmente se retrasó hasta principios de 1987, lo mismo que ocurrió con DEATH y su opera prima Scream Bloody Gore. En resumen, en poco más de un maldito año y medio se asentaron las bases del thrash metal y de todo el metal extremo en sus tres principales pilares (black, death, doom). Ahí es nada amig@s. Por supuesto, hablar de CANDLEMASS es hablar del género maldito por antonomasia: el doom. Malditos seáis.

Sólo me quiero morir

En música (y en nada) es imposible decir quién ha sido el primero en algo, el metal siempre ha evolucionado mediante aleaciones de estilos y géneros: mezclas, hibridación, intercambio de fluidos, mucha infidelidad. No diré que CANDLEMASS fueron los inventores del doom metal, pero sí los que lograron darle su forma más perdurable, que a su vez ha influenciado a cientos de bandas hasta hoy mismo. Por supuesto todos, absolutamente todos beben de la eterna fuente de BLACK SABBATH (el grupo más grande la historia del rock), e incluso los bribones de SAINT VITUS, TROUBLE o PENTAGRAM habían publicado sus discos de debut (entre 1984 y 1985), con una sonoridad que ya se acercaba mucho a lo que hoy entendemos por doom. Pero Epicus Doomicus Metallicus tiene ese algo especial. Ese hedor de lo primitivo y lo fundacional. Ese olor a clásico.

1986: Mats "Mappe" Björkman, Leif Edling y Mats Ekström, perros callejeros

Seis temas y 43 minutos de música son más que suficientes para hacer historia. Solitude, el tema de apertura, es un clásico atemporal, una de esas canciones que construyen géneros. Un arpergio tétrico nos conduce por un lamento existencial liderado por la teatral y absurdamente expresiva voz de una de las piezas maestras del album: Johan Langqvist. Pronto entran los ritmos arrastrados que manosean el tritono, esa disonancia musical prohibida en la Edad Media que con el tiempo se ha convertido en una de las señas de identidad del género maldito. Cierran el tema circular con una vuelta a las acústicas iniciales con ese arpegio funerario que desaparece en la nada. Aquí sólo hay desesperanza. Esto es doom. Demons Gate ya arranca con músculo, de construcción lenta, arrastrada y apesadumbrada con puntuales muestras de nervio por parte de la batería de Mappe y un desgañitamiento general de Langqvist, que alterna sus tonos más graves y mortuorios con esas escalofriantes subidas por la escala vocal a modo de gritos desesperados, mientras fluye un tema de gran poderío instrumental. La parte central se vuelve obsesiva, densa, machacante (ojo al bajo del amo y señor del grupo, mr. Leif Edling) mientras las guitarras solistas lloran con angustia. Cristal Ball se anuncia con un estridente riff inicial, y enseguida nos damos cuenta que estamos ante otro monumento. Mientras Langqvist sigue con sus alardes vocales, la canción se desarrolla contundente hasta ese cambio hacia la mitad con un ritmo machacón rompe-vértebras y ese arranque a doble bombo que anuncia lo que estaba por llegar en el metal extremo más gustoso de bajar las revoluciones y caminar entre tumbas bajo la lluvia. Black Stone Wielder funciona para asentar lo expuesto en las tres primeras, excepcionales canciones, aquí sí, con una evidente influencia de los maestros BLACK SABBATH. Donde los ingleses lo dejaron, creando a la vez que revolucionando una forma de entender el rock, los suecos lo expanden hasta el infinito en su forma más épica, oscura y, siempre, metalera. Black Stone Wielder  funciona como bisagra entre tres primeros temas excepcionales y los dos restantes, que también lo son. 

Edling, culpable de casi todo


Under The Oak nos invita al headbanging con uno de esos riffs para la historia, perfecto en su sencillez. Mediado el tema llega el soliloquio desesperado, llevado al paroxismo por ese grito de angustia "I cried for the ones I have lost!", que alcanza en su recorrido funerario unos niveles de intensidad difíciles de igualar. A Sorcerer´s Pledge es el broche de oro del disco, y qué broche. Construida en tres tramos, la triste historia de este hechicero anciano arranca con un desolador tramo acústico, de estribillo y ambiente tremendamente emotivo. La canción se cercena con un hachazo en forma de riff matador que, por unos segundos, parece que nos va a llevar al thrash, pero en seguida recula y muestra sus verdaderas intenciones: no hace falta ser rápido para ser intenso, no es necesario ser lento para ser doom. Incluso se atreven a rozar las guturales para reforzar algunas palabras en el intenso estribillo. El tema se vuelve aplastante, asfixiante, jodidamente épico a la vez que melancólico, sensación que no hace más que subrayar un tramo final sencillamente asombroso: de improviso la maquinaria de guerra se detiene, entran los teclados, reconfiguran la melodía principal y nos regalan un momento mágico junto con una base rítmica que más que avanzar se arrastra por en barro. Y entonces, en un tímido rayo de luz, una angelical voz femenina nos eleva brevemente entre estos nubarrones oscuros y... fin. 


Este disco es único, entre otras cosas, porque fue el único que tuvo a ese prodigio de las cuerdas vocales, Johan Langqvist, pero una extraña carambola el destino ha querido que el viejo cantante haya retornado a sus filas hace un par de años, aunque de momento sin proyecto de nuevo disco de estudio a la vista. Siempre comandados por Leif Edling, CANDLEMASS siguen en activo 35 años después. No discuto que la posterior trilogía con Messiah Marcolin a las voces sean sus obras más redondas, mejor producidas, más elegantes y musicalmente mucho más sofisticadas, pero no tienen la vibración y el sentimiento único de Epicus Doomicus Metallicus, como decía arriba, el sabor de lo fundacional. 

De vuelta con Johan Langqvist (en el centro), ayer por la tarde


CABEZAS





- Lo mejor: indiscutible piedra angular del género

- Lo peor: nada que añadir señor juez


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